Lo que más me gusta de esta ciudad es que da igual lo raro que seas, el color de tu piel, tu manera de vestir, el color de tu pelo, o el número de tatuajes o pendientes que llevas. Si miras al suelo, bien. Si cantas en alto, bien. Si hablas solo… Bien también. En Nueva York todo vale y nadie te juzgará por ser como eres. Eso hace que ser uno mismo sea mucho más sencillo.
Nueva York está lleno de artistas callejeros, jóvenes que bailan hip hop o se deslizan entre las barras de metal del metro como si fueran de chicle, violinistas, cantantes, incluso de ópera… Todo lo que te puedas imaginar. En esta ciudad, como en muchas otras, el arte está en la calle. Todos los días, al volver de clase, veo a la misma mujer en la estación del Subway. Va vestida de manera muy sencilla, casi de andar por casa, con su pelo rizado y sus gafas de sol. Siempre está en el mismo sitio, acompañada de su altavoz y de una caja llena con sus cds de música. Debió tener su momento de gloria en los años 80-90, ya que las portadas de los discos dejan ver un look al más puro estilo de aquellos años. En cada nota, en cada canción, con una voz al más puro estilo del jazz americano, desgarrada y limpia a la vez, abre su alma a los que allí esperamos la llegada del tren. La gente deja dólares en esa caja desgastada por el uso, ella les sonríe, les bendice y les dedica la siguiente nota. Hay gente que debería estar sobre un escenario y no en la estación de metro. La vida es injusta.
Es increíble como, de pronto, los planetas se alinean y todo empieza a suceder sin apenas darte cuenta. Una sesión de fotos por aquí, maquillas y te sientes como un niño pequeño con zapatos nuevos… Una colaboración como fotógrafa por allí. La creatividad se dispara y la gente que acabas de conocer se vuelve cada vez más interesante. Pasan cosas diferentes todos los días, no puedes hacer planes o decir “hoy me quedo en casa”. Hay tantas cosas que hacer, que quedarte en casa es prácticamente imposible. Pasear por Central Park o perderte por las calles de Soho…
El tiempo en esta ciudad pasa muy deprisa. Las horas se van como los pájaros cuando emigran y buscas la manera de estirar los minutos, pero es imposible. Creo que los días aquí deberían tener al menos 10 horas más para que tuviese sentido…
Entonces, sin apenas darme cuenta, llegó el 4 de Julio. Ese mismo día, en el año 1776 se reunieron 56 congresistas estadounidenses para aprobar la Declaración de Independencia de los Estados Unidos que Thomas Jefferson redactó con la ayuda de otros ciudadanos de Virginia. Sin duda, un día importante para los americanos.
A la espera de la visita del huracán Arthur, que acechaba Nueva York, no lo celebré por todo lo alto, pero no quería perderme la explosión de patriotismo americano en un día tan especial para ellos. Me habían hablado de los famosos fuegos artificiales que se alzarían sobre el río Hudson para que el barrio newyorkino de Brooklyn no se perdiese ni un solo detalle. Se escuchaban rumores de cancelación y no quería creer que ese dichoso Arthur fuese a fastidiarlo todo. El día estaba raro, y todo apuntaba a que nos perderíamos el aclamado momento. Pero, finalmente, Arthur nos dio tregua y una avalancha humana comenzó a invadir las calles para ver aquel maravilloso espectáculo.
Me desplacé hasta Brooklyn para vivirlo lo más cerca posible. Siempre que veo fuegos artificiales me acuerdo de mi madre, a las dos nos encantan y los disfrutamos como si fuésemos niñas. Así que, en ese momento, estaba especialmente pensando en ella. No nos dejaron llegar hasta la orilla del río por la cantidad de gente que había por la zona, pero nos mezclamos con los vecinos de aquel barrio y me sentía como una newyorkina más entre aquella marabunta.
Cuando comenzaron los fuegos se veían muy lejos y eran muy bajos… Me decepcioné por un momento, ya que me esperaba mucho más. Como era posible que alguien que hace espectáculo de cualquier cosa, está vez, y en tan importante ocasión, fuera a decepcionarme. Me había adelantado en mi decisión, lo mejor estaba por llegar y, como siempre, acabaría sorprendiéndome.
Aquellos fuegos que no me habían sorprendido solo eran los preliminares, minutos después, cuatro enormes y altas columnas de fuegos artificiales, con el blanco, el azul y el rojo como colores principales, iluminaron el skyline nocturno de Nueva York. Ahora si que estaba viendo un buen espectáculo. A esto me refería. La gente a mi alrededor gritaba y silbaba. Alzaban los brazos y aplaudían con una fuerza desmesurada. Había pasión en sus miradas. Era su día, su momento, su celebración esperada. Me estremecí y sonreí feliz al ver como se iluminaba el cielo. Creo que fue el momento en el que realmente me di cuenta que estaba donde tenía que estar, que ya no me hacía falta pellizcarme para darme cuenta que todo lo que está pasando es real.
Aquellos fuegos artificiales, para mi, significaron mucho más que el día de la independencia estadounidense.
Seguiré caminando por las calles de está ciudad que me enamora cada día, viendo a los artistas callejeros, y dejando algún dólar de recompensa por amenizarme el paseo. No importa lo deprisa que pasen los minutos, las horas y los días, al final, iré más deprisa que ella.
Nueva York, puedes correr todo lo rápido que quieras. Te piso los talones y aún no estoy cansada.
Te alcanzaré.
……..
What I like most about this city is that it doesn’t matter how peculiar you are, the colour of your skin, your way of dressing, the colour of your hair, or the number of tattoos or earrings you have. If you look at the ground, fine. If you sing out loud, fine. If you talk to yourself… Fine too. In New York, anything goes, and no one will judge you for being who you are. That makes being yourself much easier.
New York is full of street artists, young people dancing hip hop or sliding between the metal bars of the subway as if they were made of gum, violinists, singers, even opera singers… Everything you can imagine. In this city, like in many others, art is on the streets. Every day, when I come back from class, I see the same woman at the Subway station. She dresses very simply, almost like she’s at home, with her curly hair and sunglasses. She’s always in the same spot, accompanied by her speaker and a box full of her music CDs. She must have had her moment of glory in the 80s-90s, as the album covers reveal a look reminiscent of those years. In every note, in every song, with a voice reminiscent of American jazz, raw and clean at the same time, she opens her soul to those of us waiting for the train to arrive. People leave dollars in that box worn out by use, she smiles at them, blesses them, and dedicates the next note to them. Some people should be on stage and not at the subway station. Life is unfair.
It’s incredible how suddenly, the planets align, and everything starts happening without you even realizing it. A photo shoot here, you do makeup and feel like a little child with new shoes… Collaborations as a photographer there. Creativity soars, and the people you’ve just met become more and more interesting. Different things happen every day; you can’t make plans or say «today I’ll stay home». There are so many things to do that staying home is practically impossible. Walking through Central Park or getting lost in the streets of Soho.
Time flies in this city. Hours pass like birds when they migrate, and you look for ways to stretch the minutes, but it’s impossible. I think the days here should have at least 10 more hours to make sense.
Then, almost without realizing it, July 4th arrived. On that same day, in the year 1776, 56 American congressmen gathered to approve the Declaration of Independence of the United States, which Thomas Jefferson drafted with the help of other citizens of Virginia. Undoubtedly an important day for Americans.
Waiting for the visit of Hurricane Arthur, which threatened New York, I didn’t celebrate it in a big way, but I didn’t want to miss the explosion of American patriotism on such a special day for them. I had heard about the famous fireworks that would rise over the Hudson River so that the New York neighborhood of Brooklyn wouldn’t miss a single detail. There were rumours of cancellation, and I didn’t want to believe that this darn Arthur was going to ruin everything. The day was strange, and everything pointed to us missing the acclaimed moment. But, finally, Arthur gave us respite, and a human avalanche began to invade the streets to see that wonderful spectacle.
I went to Brooklyn to experience it as closely as possible. Whenever I see fireworks, I think of my mother; we both love fireworks and enjoy them as if we were children. So, at that moment, I was especially thinking of her. They didn’t let us get to the riverbank because of the amount of people in the area, but we mingled with the neighbors of that neighborhood, and I felt like just another New Yorker among that crowd.
When the fireworks started, they looked very far away and were very low… I was disappointed for a moment, as I expected much more. How was it possible that someone who makes a spectacle out of anything, this time, and on such an important occasion, was going to disappoint me? I had jumped to conclusions, the best was yet to come, and as always, it would end up surprising me.
Those fireworks that hadn’t surprised me were just the warm-up, minutes later, four enormous and tall columns of fireworks, with white, blue, and red as the main colours, illuminated New York’s night time skyline. Now I was seeing a good show. This is what I meant. People around me screamed and whistled. They raised their arms and applauded with immense strength. There was passion in their eyes. It was their day, their moment, their long-awaited celebration. I shivered and smiled happily seeing the skylight up. I think it was the moment when I really realized that I was where I had to be, that I no longer needed to pinch myself to realize that everything that was happening was real. Those fireworks meant much more to me than the American Independence Day.
I’ll keep walking the streets of this city that enchants me every day, seeing street artists, and leaving some dollars as a reward for entertaining me during my walk. No matter how quickly the minutes, hours, and days pass, in the end, I’ll go faster than them.
New York, you can run as fast as you want. I’m on your heels, and I’m not tired yet.
I’ll catch up to you.