Se encienden los motores y la maquina coge velocidad de vértigo. Pronto dejamos de tocar el suelo para comenzar a volar hacia mi nueva aventura. Aún no salgo de mi asombro al pensar en como, por fin, estoy sentada en la fila 8 de ese avión que me lleva un poco más cerca del sueño. Los aviones deberían ir más deprisa, 8 horas es demasiado tiempo. Escuchar música, ver películas, dar paseos… Hacer cola para el baño… Si, es demasiado tiempo de espera. Y cuando tu mente está ocupada pensando en que no ves el momento de llegar, de empezar a hacer todas esas cosas que se pasan cada día por tu mente es aún peor, el tiempo se ralentiza y los nervios se multiplican.
Y entonces…
Ya estamos en el JFK de Nueva York. Aún lo recuerdo y se me pone un nudo en el estomago. Esa sensación de que ya estás, has llegado. Bajas del avión y piensas que seguro que la espera ha merecido la pena y aquello que dicen de que todo llega, es verdad. Tu boca esboza una sonrisa cómplice de tus pensamientos y te das cuenta de que estás despierta y de que lo que parecía un sueño, ahora es una realidad. Te sientes como en casa y comienza la aventura…
Tengo que reconocer que la primera semana fue dura. La gente que ya está aquí, sabe como es llegar a una ciudad donde todo es nuevo y no conoces apenas a nadie. No puedo estar más agradecida a los que han estado ahí para mi. A pesar de esto, estar en casa ajena, por muy bien que te traten, no es lo más cómodo. Invades su espacio y todos necesitamos nuestro espacio, aunque sea para quedarte mirando al techo pensando en toda la gente que echas de menos.
Necesitaba encontrar mi lugar.
Después de unos días de buscar, deliberar y realizar la difícil tarea de encontrar una habitación decente en Nueva York, gracias a un nuevo amigo, encuentro habitación. Una pareja de Valencianos que vive en Harlem, con un compañero de piso canino de lo más peculiar llamado Pancho, tienen una habitación libre.
Para empezar me parece una opción más que aceptable, genial diría yo. Mi inglés, a día de hoy, no es una maravilla. Espero que sea por poco tiempo, pero mientras tanto…
Llevo poco más de una semana aquí y cuando camino por Manhattan, todavía me quedo embobada mirando hacia arriba buscando el final de los edificios, o perdiéndome en los jardines y parques. Es alucinante que una cuidad tan civilizada tenga tanto verde. Tanto que incluso te permita perderte.
Mi mente está colapsada con ideas, tareas y cosas que quiero hacer y ver. Estar sola deja tiempo para pensar en todo, a veces incluso demasiado. Tengo la sensación de que el tiempo se escapa de entre mis dedos, pero luego paro, respiro y pienso… Acabo de llegar, tengo que ir poco a poco y tener paciencia. Sin prisa, pero sin pausa.
Lo que más me alucina de esta ciudad es la cantidad de gente diferente que habita en sus calles. Y toda aquella que puedes llegar a conocer. Se conoce gente todos los días, aquí cualquier sitio es bueno para un “¿qué tal?». Gente sorprendente, y en ocasiones peculiar, con la que creas un bonito vínculo, por que todo aquel que viene a Nueva York tiene una historia. Las hay de todo tipo, desde una bonita historia de amor hasta un intento de triunfar en el mundo de la música, pasando por un sueño de trabajar en las mejores revistas de moda o un tipo con suerte al que le tocó una Green card. Gente solitaria y soñadora que te abre su alma y te cuenta su historia esperando después poder escuchar la tuya.
Y lo curioso de todas esas historias es que la mayoría empieza de la misma manera “Siempre he estado enamorado de esta ciudad y cuando la conocí, supe que volvería…»
Y aquí estamos todos, enamorados de una ciudad plagada de rascacielos donde hay millones de oportunidades y a su vez una cantidad desmesurada de personas esperando encontrarlas.
Yo, de momento, voy a por todas.
……..
The engines ignite, and the machine gains vertiginous speed. Soon we leave the ground to begin flying towards my new adventure. I’m still in awe thinking about how, finally, I’m sitting in row 8 of that plane taking me a little closer to the dream. Planes should go faster, 8 hours is too much time. Listening to music, watching movies, taking walks… Waiting in line for the bathroom… Yes, it’s too much waiting time. And when your mind is occupied thinking about how you can’t wait to arrive, to start doing all those things that cross your mind every day, it’s even worse; time slows down, and nerves multiply.
And then… We’re already at JFK in New York. I still remember it, and my stomach knots. That feeling that you’re already there, you’ve arrived. You get off the plane and think that surely the wait was worth it, and what they say about everything arriving. It’s true. Your mouth forms a smile, a confidant of your thoughts, and you realize you’re awake and what seemed like a dream is now a reality. You feel at home, and the adventure begins…
I have to admit that the first week was tough. People who are already here know what it’s like to arrive in a city where everything is new, and you hardly know anyone. I can’t be more grateful to those who have been there for me. Despite this, being in someone else’s home, no matter how well they treat you, is not the most comfortable. You invade their space, and we all need our space, even if it’s just to stare at the ceiling thinking about all the people we miss.
I needed to find my place. After a few days of searching, deliberating, and the difficult task of finding a decent room in New York, thanks to a new friend, I find a room. A couple from Valencia who live in Harlem, with a most peculiar roommate canine named Pancho, have a room available. To start, it seems like more than an acceptable option, great I would say. My English, as of today, is not wonderful. I hope it’s for a short time, but meanwhile…
I’ve been here a little over a week, and when I walk through Manhattan, I still find myself staring upwards, looking for the end of the buildings, or getting lost in gardens and parks. It’s amazing that such a civilized city has so much greenery. So much that it even allows you to get lost. My mind is overwhelmed with ideas, tasks, and things I want to do and see. Being alone leaves time to think about everything, sometimes even too much. I feel like time is slipping through my fingers, but then I stop, breathe, and think… I just arrived, I have to take it slow and be patient. No hurry, but no pause.
What amazes me most about this city is the number of different people who inhabit its streets. And all those you can come to know. You meet people every day, here any place is good for a «how are you?». Surprising people, and sometimes peculiar, with whom you create a beautiful bond, because everyone who comes to New York has a story. There are all kinds, from a beautiful love story to an attempt to succeed in the world of music, through a dream of working in the best fashion magazines or a lucky guy who won a Green Card. Lonely and dreamy people who open up their souls to you and tell you their story, hoping afterwards to be able to hear yours.
And the curious thing about all those stories is that most of them start the same way: «I’ve always been in love with this city, and when I met it, I knew I would come back…»
And here we all are, in love with a city filled with skyscrapers where there are millions of opportunities and at the same time an excessive amount of people waiting to find them.
Me, for now, I’m going for it all.